Samuel Kangethe llegó a Estados Unidos desde Kenia con una visa de estudiante y se estableció en Michigan, donde formó una familia y una vida estable. Tenía casa, empleo, esposa y tres hijos. Sin embargo, 16 años después, debió tomar una decisión: autodeportarse para evitar ser arrestado por las autoridades migratorias.
En agosto, poco antes del inicio del ciclo escolar, Kangethe reunió a sus hijos para explicarles que debía abandonar el país. La menor, de cinco años, rompió en llanto. Les prometió que volverían a estar juntos y que haría lo posible para que pudieran visitarlo en Kenia, aunque el golpe emocional fue profundo.
El 17 de agosto, cargó sus maletas y un bolso de golf en la camioneta de un amigo y partió hacia el aeropuerto de Detroit. No permitió que su familia lo acompañara, convencido de que no soportaría la despedida. “Preferí salir por mi cuenta antes que llegar al aeropuerto encadenado”, expresó desde su país natal.

Una vida marcada por la incertidumbre migratoria
Kangethe arribó a Estados Unidos en 2009 con una visa F-1. Estudió contabilidad y obtuvo una maestría en Finanzas en la Universidad Central de Michigan. Durante años trabajó como contador, primero en una empresa privada y después en el gobierno estatal, sin antecedentes legales, pero atrapado en un limbo migratorio.
En 2012 se casó y recibió una residencia condicional por dos años. Al intentar renovarla, las autoridades lo acusaron de fraude matrimonial, lo que bloqueó su proceso de regularización. Desde entonces, cada prórroga temporal lo mantenía bajo incertidumbre. “Siempre regresaba a inmigración para extender mi residencia, pero nunca me daban una respuesta definitiva”, explicó.
Divorciado y vuelto a casar en 2018 con Latavia, madre de sus hijos, su situación no mejoró. “Nos entrevistaron varias veces y el funcionario me dijo: ‘Amigo, lo siento mucho, tengo las manos atadas’”, recordó. La acusación previa lo hacía deportable, sin importar su nuevo matrimonio.
El endurecimiento de las políticas migratorias bajo la administración de Donald Trump aumentó su temor. “El presidente hizo campaña sobre inmigración, y para alguien como yo, eso me afectaba directamente. Imaginen el miedo que sentía”, comentó Kangethe en una entrevista con NPR.

Decidió regresar voluntariamente, sin acogerse al programa del Departamento de Seguridad Nacional que ofrece vuelos gratuitos y una compensación económica. “No tengo nada de qué avergonzarme. No soy un delincuente”, afirmó. Renunció a su empleo en mayo para pasar el verano con su familia y dejar todo preparado para su partida.
El impacto de la separación en su familia
Latavia intentó convencerlo de quedarse. “Salimos a conducir y le pedí que buscáramos más apoyo legal, pero ya había decidido irse”, contó. Cuando comunicaron la noticia a los niños, todos lloraron. “Intenté ser fuerte y decirles que era la mejor opción para no vivir con miedo”, añadió Kangethe.
Dos meses después, sus hijos aún se adaptan a la distancia. Se comunican con su padre por videollamadas, aunque la diferencia horaria complica las rutinas. “Algunas conversaciones terminan en lágrimas y otras, en risas”, relató Latavia, quien inscribió a los niños en terapia para afrontar la ansiedad y el temor al abandono.
La familia enfrenta además dificultades económicas, tras agotar sus ahorros en gastos legales. Una prima de Latavia organizó una colecta en línea para ayudarlos. Mientras tanto, Kangethe vive en Nakuru, Kenia, con su madre, y busca trabajo como contador mientras espera una audiencia migratoria virtual en 2026.
“Estoy mejor de lo que imaginaba. Ya no tengo ese peso sobre mis hombros”, confesó. Aunque extraña a su familia, siente alivio. “Allá solo estaba sobreviviendo, esperando que no me detuvieran. Aquí, al menos, puedo vivir con dignidad y mi familia sabe dónde estoy”, concluyó.




