Gijón /
Las acogedoras aguas mediterráneas inundaron de calidez las arenas cantábricas del teatro Jovellanos. En el escenario —zona de confort con grandes butacones y cojines—, el poeta cantante Joan Manuel Serrat y el periodista Iñaki Gabilondo. Dos jubilados que no saben estarse quietos. Muchos menos, callados. Frente a ellos, espectadores en estado de excepción enganchados a la pegadiza canción de la sabiduría y la humanidad en estado puro. Una charla entre viejos amigos siempre jóvenes que dejó para el recuerdo muchos estribillos para una partitura inolvidable.
La música de las palabras sale a escena. «Partidario de vivir» es el lema del encuentro, y Gabilondo lo introduce con su habitual maestría: «Vamos a hablar de nosotros. Nuestra vida en sus canciones. Por eso estamos todos contentos«.
Entra Serrat y el teatro se viene abajo. «¡Buenas noches, Gijón! —exclama—, como los roqueros». Y este clamor: «No se parece a ningún otro. No recuerdo un premio con tanta implicación con el pueblo del que forma parte. Me he sentido muy bien independientemente del cachopo y la fabada. En un instituto al que fui era maravilloso ver a niños participando a partir de canciones mías. Esas caras de cariño y entrega. No serían posibles sin tantos meses trabajando en sus clases».
La edad, vaya: «Hacerse viejo tiene cosas jodidas. Una, que vas perdiendo memoria. De la otra no me acuerdo (risas). Yo no me daría cuenta de que me he hecho viejo si no me lo recordaran los demás».
Más memoria
La cuadrilla estival fuera del barrio. Alejandro, su amigo albañil. El enamoramiento de la guitarra. Agricultura descartada: la música le reclamó.
«En tercero de Biología trabajaba de becario en Jaca. Los catedráticos nos hacían trabajar para sus trabajos. Grandes maestros tuve, un profesor de zoología insistía en que hiciera las prácticas en Barcelona. Yo hacía ya mis pinitos cantando. Hay cosas que no olvidas como el primer número de teléfono de casa, y esos recuerdos tampoco», recuerda el cantautor.
Con ventipocos años ya creaba canciones extraordinarias. Dice Gabilondo: «Y nunca perdiste el sentido de la melodía». Hizo una canción en catalán y español, y les molestó a unos. Y luego el «Lalalá» televisivo que quería cantar en catalán. Y molestó a otros. Qué poco sentido del humor, ironiza Gabilondo.
«Fui número uno con una canción y el profesor no me dejó hacer prácticas en biología. El camino universitario lo tenía difícil. Si canto en catalán hay broncas. Y al revés. Yo vivo con mucha incomodidad la intolerancia. Lo que nos define como especie social es el respeto a lo que piensen los demás».
Y en 1969 canta a Machado: «Los de nuestra generación no olvidarán el trabajo de Paco Ibáñez con la poesía española. Fueron años en los que mucha gente se arriesgó a poner música a…», recuerda Serrat.
«Pero solo tú tuviste éxito», matiza Gabilondo.
«Había tenido buena acogida con algunas canciones y me dejaron en paz. Mira —apunta—, yo no doy consejos a nadie. Pero a quien empieza le digo: es bueno que no te repitas«.
El fogonazo americano
«Un flechazo. Llegaba a España y era un territorio hostil. Situaciones tremendas. A mis discos se les ponían cintas en la radio. No se podían escuchar. En América ocurrían cosas distintas. Me marcó para siempre. Lo único donde salía perdiendo era en la comida, salvo en México«.
En 1975 la tiranía explotó en estado duro. España. Chile. Argentina. Y nació el mito del «hombre que mantuvo la dignidad«, señala Gabilondo.
Un antes y un después de Mediterráneo. No era consciente de la grandeza: «Me he equivocado a veces pero en ese disco no». Cuando subes a un escenario y difundes tu trabajo, «lo divertido son las giras. El estudio me aburrió siempre mucho. El valor de los artistas está en el directo«.
La fortuna le favoreció: «No he sido persona que lo fiara todo a mis méritos. El mayor no es talento sino el esfuerzo —dice Serrat—. Empieza con la composición. Y luego ordenar las canciones. Y construir con ellas un repertorio es tan divertido. Insisto: el trabajo es fundamental».
Estaba en el exilio y volvió como un artista querido y un héroe de la dignidad: «Regresé el 20 de agosto de 1976. Regresé a otro país. Pensaba que me llevarían detenido. Franco ya estaba muerto. Era un país donde empezaban a cambiar las cosas. Partidos, mítines, señoras en cueros en las revistas. Otro país. Todos cambiamos y tratamos de empujar y colocar sueños. Ilusiones. Futuro. Un gran avance». Dejemos para otro día «mirar debajo de la alfombra»:
Con 80 años tiene una imagen pública que no ha cambiado desde hace décadas. En 1973, recuerda Gabilondo, compuso una canción ecologista. Sobre bosques, sobre ríos en peligro.
«Mis maestros generaron ese sentimiento. Desaparecían ya especies. Mucha politización; lo ríos pasaban a ser cauces. La espuma blanca de las papeleras. ‘Padre, el bosque ya no es el bosque’, decía en mi canción». Se sabe la letra de pé a pá. Sin música esta vez. No hizo falta: al Jovellanos casi se le saltan las lágrimas escuchando verdades como puños. Ayer y hoy.
En 1992 escribió Disculpe el señor. El fenómeno de la migración. Hoy y ayer. «Ahora es algo impúdico lo que se hace y se dice. Olvidamos que la emigración nos ha afectado directamente. Por el mundo lo que más me he encontrado es a gallegos y asturianos. Una familia asturiana, los Taibo, acogió a tantos. Detrás de la xenofobia hay miedo a lo desconocido. Hay mucha mierda que limpiar. Me encuentro a muchos inmigrantes en trabajos que los españoles no quieren hacer».
Y añade: «En la pandemia miraba pájaros. Una ventaja: vivo en una casa con un pequeño jardín. Y los pájaros volvieron esos días. Era magnífico verlos. Conocí a mis vecinos de muchos años al fin cuando salíamos a aplaudir a los sanitarios. Nos olvidamos que nos pondremos enfermos. Y que nos haremos viejos. Hay que tratar bien a los viejos. Te quitan el manual de instrucciones cuando lo eres«.
Un hombre afortunado
«He hecho lo que he querido. Tuve mucha suerte con mis padres. Con cuarenta y tantos me uní a una mujer hoy preocupada por mi jubilación porque ahora tendrá que aguantarme más. Pero tengo mis momentos buenos, ¿eh? Hijos, nietos; achaques, claro. Mi cirujano y yo somos íntimos. Y el anestesista. Se que voy a morir, vale, y no me gusta la idea así que me iré a pedacitos».
¿La música actual? «Me falta información. El ritmo ha desplazado a la melodía y eso no va conmigo. El escaparate musical busca la rentabilidad. El público preadolescente está metido en todo esto del reguetón. Tengo un amigo más informado y me dice que hay cosas buenas. Pero a mí ver a una señora haciendo caca, pues no».
Le gusta la vida pero es difícil ser optimista. No hay nada detrás del ruido. Y qué malas son «las medias verdades».
«El diálogo se basa en la tolerancia. Dos que hablan y escuchan. Por ahí va la cosa. Y busquemos la alegría pero no la del bobo. La salud pasa por la risa pero no nos lo ponen fácil», asegura.
hc
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